Lo peor que podría ocurrirnos en esta hora es perder la calma y dejarnos llevar por actitudes que no solo demuestran nuestras miserias morales, nuestro egoísmo e indolencia, sino que perjudican a nuestros semejantes.

Hoy no hay una crisis de desabastecimiento ni en la región ni en el país, pero imaginemos que sí: ¿Qué pasaría con aquellas familias necesitadas que no alcanzarían a comprar agua y otros no perecibles porque algunas personas, presas de pánicos desmedidos, se lo llevaron todo en pomposos carritos?

Si algo debe enseñarnos esta crisis sanitaria es a vivir mejor. Vivir mejor no significa únicamente lavarnos más seguido las manos -eso debería ocurrir con o sin crisis, con o sin muertos-, sino también a ser más solidarios y más agradecidos.

El simple hecho de pensar en asearnos para no contagiar a otros, o de cubrirnos al toser o estornudar, ya es una muestra del cambio; cuánto más sería si aprendiésemos a compartir, a respetar el espacio y la necesidad ajenos.

Viviríamos mejor si nos informáramos de lo que ocurre, en vez de prestar oídos a dudosas cadenas que equiparan la situación del coronavirus a la de un hollywoodense apocalipsis zombie, y ello nos volcara en masa a los supermercados a agotar el stock de papel higiénico.

Por lo pronto, bien haríamos en respetar las reglas de convivencia impuestas por el Gobierno, así como los canales informativos para evitar que las fake news invadan las redes y los hogares: ¿Lejía o vinagre con suavizante de ropa en las manos conjuran el coronavirus? ¿“Viejos médicos chinos” recomendando mascar ajo hervido en ocho tazas de agua? ¿Monjes shaolín salvando miles de vidas con este brebaje de efecto no comprobado?

Dejemos de lado el circo de conjeturas peligrosas -repentinos muertos por coronavirus a dos cuadras de su vivienda, reportados por WhatsApp o sitios de Facebook- y de falsos remedios; lo que necesitamos es sentar cabeza, respetar las normas dadas y exigir al Gobierno que las condiciones de salubridad sean aceptables para sobrellevar cualquier adversidad y porque son derechos humanos inalienables. Sobre todo, repensemos ese individualismo atroz que envenena a nuestra sociedad y hagámosle un espacio al altruismo, al servicio y a la paz social.