Martín Vizcarra podría pasar hoy a la vergonzosa lista de expresidentes de la República en prisión -preventiva, en este caso-. Sumado su nombre a los de Fujimori, Toledo, Humala, García (ya extinto) y PPK, se completan treinta años de politiquería, abuso del poder y corrupción. Hemos llegado a los preliminares del Bicentenario viendo con indignación cómo la más alta encargatura nacional ha sido vejada de mil maneras, desprestigiada en todo momento, vilipendiada con ahínco. Consigo, nuestros gobernantes han arrastrado a la institucionalidad al abismo.

En treinta años, que debieron servir para la modernización del país y el fortalecimiento de la democracia, hemos visto dictadura, robo, abuso, prepotencia y cinismo. Mientras esto ocurría en los oscuros ambientes de Palacio de Gobierno, la confianza de la ciudadanía en los poderes del Estado y en las instituciones se quebraba.

A poquísimas semanas de las elecciones, la muestra más clara de este gravísimo daño histórico de consecuencias nunca calculadas es la masa creciente de escépticos que muestran sus reparos frente a la vieja partidocracia y la política en general. La política ha sido desprestigiada, pervertida y reducida al punible enriquecimiento por medio del poder. ¿Cómo esperamos que nuestra democracia se fortalezca y sea madura, o que votemos pensando en los programas y planes de gobierno, si los partidos, cómplices de esta tragedia nacional, no aprenden de esta lección histórica e insisten en replicar el modelo propagandístico que, a la fecha, solo ha engendrado males?

Es necesario que nos sacudamos de esta maligna herencia, que hagamos un esfuerzo colectivo para recuperar el mensaje original de la política. Ella es necesaria cuando representa las aspiraciones legítimas de la ciudadanía y lleva al debate público los urgentes reajustes sociales para reconocer e incluir a las personas y sus exigencias basadas en el derecho. En otras palabras, necesitamos que la política sea auténtico debate y no el interminable cortinazo con que se distrae a la población, más aún en época electoral.

Y quienes deban ir presos, que vayan presos, pues no se puede lucrar ni traficar ni levantar inmensas propiedades ni engordar cuentas bancarias a costa de la miseria del pueblo, de la injusticia y del atraso.