“Falta poquito para elegir al próximo pericote…”. El comentario hecho por un curtido y conversador taxista piurano sobre las próximas elecciones de octubre, causa gracia, pero también deja una honda preocupación: ¿A qué nivel ha caído la política en el Perú?
¿Qué calidad de personas están detrás de un puesto público e intentan administrar el millonario presupuesto de las alcaldías y los gobiernos regionales?
Si bien la ‘criollada’ del taxista tiene un matiz jocoso, también lleva implícita algo de verdad, pues muchos de los que aspiran a gobernar exhiben antecedentes y denuncias por agresión, estafa, cohecho, lavado de activos, etc., que los rotula como malas personas y por tanto incapaces para asumir una responsabilidad tan grande como es el desarrollo de un pueblo; aun así –no sabemos por qué extraños sortilegios- terminan a veces con un cargo público.
Esta frase, que podría parecer ofensiva a los honestos aspirantes, es una verdad insoslayable que podría cambiar si es que asumimos, no solo la responsabilidad de tamizar con esmero al aspirante, sino también que los buenos se involucren, participen y tomen las riendas de nuestro desarrollo.
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