El sistema educativo actual fue creado hace doscientos años, para enseñar a trabajar en las fábricas, con indicaciones. En el transcurso del tiempo, no ha cambiado y ahora resulta obsoleto y desconectado con la realidad. Se sigue apostando por las materias tradicionales, dejando de lado otras que desarrollan habilidades diferentes.

El alumno modelo debe ser tranquilo, obediente, dócil. Siguen siendo las calificaciones el punto de llegada, aun cuando está demostrado que las altas notas, no garantizan nada. Este cambiante e imprevisible mundo, requiere de personas con ideas innovadoras, perseverantes, decididas, laboriosas, socialmente hábiles y moralmente aptas, para no caer en la tentación del relativismo social y la anomia moral.

La experiencia escolar ha cambiado para cada generación y esto puede percibirse en los reencuentros promocionales que, permiten valorarla. Se evocan gratos momentos de amistad, compañerismo, consejos de los profesores, celebraciones y logros. Las clases más divertidas y útiles para la vida posterior; también aquellas, aburridas y tensas, por contenidos inútiles y la exigencia de las calificaciones, Visto todo esto como tiempo pasado, se tiene la sensación de haber ganado batallas, saliendo ilesas y fortalecidas.

A diferencia de hoy, el horario de clases era partido, permitiendo almorzar en casa con los padres que, también tenían más tiempo. La tarea escolar eran “los deberes” y se hacían con entusiasmo, para ir a jugar después. Para las nuevas generaciones las tareas escolares son una carga, después de largas jornadas en el colegio.

Cuando se les pregunta a chicos y chicas si les gusta ir al colegio, dicen abiertamente o en voz baja que no porque enseñan cosas que no les interesan, tienen miedo a la exigencia en algunas materias, a la competencia por las notas y también, a los compañeros que hacen buylling, sin que los profesores se den cuenta.
Ir al colegio no debería ser un sino desdichado que produce temor y estrés.