“Existe vida más allá de la muerte?”, me preguntó cierto día una mujer cuyo padre recién había fallecido.
“¡Claro que sí! –le respondí- En eso creemos los cristianos, esa es nuestra fe y no es una creencia vacía, sino una convicción que tiene un asidero: la Resurrección de Jesús”.
“¿Cómo saber si la resurrección de Jesús fue cierta?”, me inquirió. “La resurrección de Jesús no es una certeza matemática, como 2+2=4, es una certeza de fe que hunde su raíz en la experiencia de los primeros cristianos que contemplaron a Jesús resucitado, de los cuales el testimonio más emblemático es el de Pablo.
Éste era un recalcitrante judío con todos los títulos y honores de su pueblo (Filp. 3,4-6), que se hizo cristiano sin ganar nada humanamente. Al contrario, ganó persecución, sufrimiento (1Cor. 11,23- 28), hasta que a final fue martirizado. ¿Qué hizo que Pablo cambiara tan radicalmente de una vida cómoda a una vida de persecución? La explicación se encuentra en la experiencia que tuvo con Cristo Resucitado en el camino a Damasco (Hech. 9,1-9). Fue ahí cuando Jesús vivo se le presentó y transformó su vida.
El testimonio de Juan y Pedro también es aleccionador. Cuando los sacerdotes quisieron prohibirles predicar en nombre de Jesús respondieron: “Nosotros no podemos dejar de anunciar lo que hemos visto y oído” (Hech. 4,20). ¿Qué habían visto? ¿Qué habían oído?
Ellos habían visto y oído a Jesús resucitado. Esa experiencia les daba la seguridad plena de que a final de sus vidas les esperaba la vida abundante que Jesús les había ofrecido. Por eso no tenían miedo a la muerte. Esa experiencia les dio fuerza para anunciar el mensaje de Jesús, incluso con el riesgo de perder la vida humanamente”.
Ojalá que, igual que los primeros cristianos, todos tuviéramos la bendición de tener un encuentro profundo con Cristo Resucitado y esa experiencia anime nuestras vidas.