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Gracias por amarme primero
mayo 11, 2021
Autor: Victor Palacios

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Cada uno de nosotros ha nacido siendo amado gratuitamente, algo que a veces se olvida. El primer movimiento del amor, verificado en cada caso, es sentirse amado, querido. Que nos quieran, incluso antes de que tengamos conciencia y la capacidad de amar y corresponder, no es poca cosa.

Nuestra madre nos ha acogido en su vientre y nos ha protegido durante el embarazo. Puso su vida en favor de nuestro crecimiento, procurando los cuidados posibles para defendernos y manifestando un amor único y de predilección. Una madre ama desde la gestación, sin condicionar su cariño a aspectos futuros, como inteligencia o carácter del hijo, por ejemplo.

Lo grandioso del amor maternal, que da cuenta de su extensión, profundidad y amplitud, es su capacidad de entrega simplemente en virtud del ser –hijo-. Aún más sorprendente es que el amor -que es dinámico, nunca estático- se acrecienta con el tiempo, a pesar de la respuesta del hijo, que suele darse más bien de forma variable –en virtud del propio aprendizaje y madurez humana–, y, difícilmente, en directa proporción; más aún en algunos casos incluso la respuesta es injusta y mal agradecida.

¿Qué significa sentirse amados así? Es reconocer que estamos en la cabeza y en el corazón de nuestra madre de manera permanente. Es sentirse seguros, protegidos, sabiendo que no estamos solos. El amor prevé, se adelanta se ubica en modo servicio a los demás, olvidándose de sí. Cuántos hemos tenido la experiencia de acudir a nuestra madre cuando el mundo se nos venía abajo. Sin saber cómo, todo se resolvía. Nuestra madre se desvive por cada uno de nosotros, sufre nuestras caídas, siente compasión, se alegra con nuestros éxitos, no busca recompensas ni reconocimientos, solo que tengamos una vida buena.

A quienes no la tienen cerca, me permito darles un consejo práctico en estos tiempos: tomen una foto de las manos de su madre. Mírenlas con cariño, respeto y humildad de aprendices. Son manos que nos han acogido nada más nacer, que nos han brindado afecto en diversas formas, que han completado un abrazo profundo. Manos que nos han dado consuelo, que nos han animado, que nos han corregido, que hemos tomado fuertemente tantas veces. Es verdad que reflejan el paso del tiempo, lucen más débiles, más golpeadas; pero en ellas, si fijamos bien la vista, podemos descubrir una infinitud de acciones de las que hemos sido protagonistas.

Qué milagro es, visto así, la maternidad, su influencia y sus efectos. Buen reflejo del amor que Dios nos tiene, que nos amó desde antes de la constitución del mundo. Un Dios que es familia, nunca soledad.

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Victor Palacios
Editor web de El Tiempo y La Hora. Periodista y fundador del equipo digital del diario El Tiempo. Comunicador con experiencia en Marketing Digital, Data Analyst, SEO, Web Design, Email Marketing e Ecommerce.
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