Empezaron con un bajo perfil, los transportistas de carga pesada continuaron así en los días previos a la protesta e incluso tras los primeros bloqueos seguían siendo ignorados por un presidente Castillo más preocupado por disfrutar de su triunfo ante el Congreso, al salvarse de un segundo intento de vacancia, que por escuchar el clamor de un sindicato directamente afectado por el alza de los combustibles.
En cualquier país con un gobierno dialogante que antepone los intereses ciudadanos, desde un inicio se habría conformado mesas de diálogo con interlocutores válidos capaces de canalizar y atender el reclamo ciudadano, pero también para encontrar salidas técnicas (no políticas).
Sin embargo, eso que parece lo más obvio y sensato es pedirle mucho a un Ejecutivo que en ocho meses de ejercicio sigue creyendo que todo se soluciona culpando a otros, cruzándose de brazos y acusando a la oposición desestabilizadora. Y así, en lugar de hacer su chamba y tender puentes no solo con los transportistas sino con todos los otros sindicatos que hace varios días amenazan con medidas de fuerza, la mejor solución que se le ocurrió al premier Aníbal Torres fue decirle a la población que coma pescado y ya no el costoso pollo. La infeliz respuesta fue el anticipo del fósforo que vendría después.
Y tenía que venir, cuando no, de parte de don Pedro Castillo, al que, impacientado por el ruido de los bloqueos y el desabastecimiento de los mercados, y demostrando una vez más no estar preparado para gobernar, simplemente recurrió a la solución sindicalista del látigo chotano: culpar a los “huelguistas vendidos” que buscan “desestabilizar” al Gobierno y prometerles mano dura.
Esta pésima respuesta avivó la pradera que ya estaba encendida por los bloqueos y fantasmas de desabastecimiento ante la indiferencia estatal.
La protesta que parecía débil ha ido calando en otros sectores, agricultores, ganaderos, microbuseros y el viernes se desbordó anecdóticamente en Junín, la cuna de Peru Libre. El pueblo, al que el presidente nombra cada vez que le conviene, ahora atacó el Gobierno Regional y Municipalidad de Junin, saqueó un supermercado y otros negocios. La violencia nunca se justifica y se rechaza, pero el mensaje de los desmanes en Huancayo solo pueden tener un mensaje para el Gobierno: hartazgo ciudadano.
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