El tema de la soledad humana ha sido abordado por filósofos y literatos de prácticamente todas las etapas históricas que el proceso de civilización mundial ha atravesado. Mi temprana afición a la lectura me permitió encontrar una apreciación de Goethe que siempre he recordado y apreciado, según la cual el talento se cultiva en la intimidad. Así mismo, mis experiencias personales de niño enfermizo me condujeron a una relación permanente con libros de diferentes autores y de diferentes temáticas, sobre todo literarias, en las que el sentido de la soledad humana fluía por diversas vertientes. De esto saqué una primera conclusión: la soledad es un rasgo de la humanidad terrestre.
Tiempo después, hacia fines de la década de 1960 pude asistir a una sala de cine en Piura y enfrentarme a las imágenes sorprendentes (para aquella época) de la exploración extraterrestre: 2001 Odisea del Espacio, del Director Stanley Kubrick; descubriendo así que la soledad sideral también existía.
Ahora me toca enfrentar una nueva experiencia: la educación remota. Es cierto que la pandemia COVID 19 nos ha obligado a tomar esta drástica y polémica decisión; pero también es cierto que, tarde o temprano, teníamos que llegar a este momento crucial. El fabuloso e infatigable desarrollo de la ciencia y la tecnología en los últimos setenta años permitía vislumbrar algunas características de la sociedad postmoderna, entre ellas precisamente la referida a los modelos educativos.
Si nos preguntamos cuál es el modelo ideal de la ciudadanía postmoderna, el imperio tiene algunos rasgos que proponer: los servicios mejor pagados que la producción, el control absoluto de las vidas privadas, la desaparición de los sindicatos, la obediencia ciega a los medios de comunicación masiva, la imposición de ciertas marcas transnacionales, la resignada aprobación de una autoridad supranacional omnipotente e incontrovertible. Dentro de esta percepción, seguramente para algunos antojadiza y vulnerable, los procesos educativos deben transformarse radicalmente, transitando desde su función socializadora y crítica hasta los cauces del individualismo exacerbado y el fanatismo tecnológico.
Por eso será que, ahora que ya hago clases remotas, siento que soy un fantasma hablando con otros fantasmas. La soledad nos acecha, nos cerca, nos neutraliza.