“La violencia extingue la esperanza de una solución justa a los problemas”, afirmó el papa Francisco durante el ángelus del domingo en el Vaticano, donde oró para que en el Perú “No haya un muerto más por la violencia”.
Ese deseo es compartido por millones de peruanos, pero ¿cómo lograrlo si la violencia ha sido adoptada por los radicales como arma de negociación?
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Es una realidad el descontento social de muchas regiones del sur y hasta es comprensible por los años de indiferencia; y es ese descontento el que está capitalizando los sectores radicales para empujarlos a tomar aeropuertos, quemar comisarias y locales del poder judicial, y mantener bloqueados 77 puntos estratégicos de las carreteras. No contentos con ello, motivan a la “toma de Lima”.
Estos grupos violentistas son los que quieren muertos, pues dentro de su “lucha social para la toma del poder”, necesitan ‘sacrificio humano’, “ríos de sangre” pedía el nocivo ex premier Aníbal Torres. Provocar con la destrucción de la infraestructura pública y la paralización de las regiones es parte de esa táctica para luego victimizarse y culpar a la Policía de prepotente y asesina.
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