Por cultura general conocemos las famosas Plagas de Egipto, aquellas que cubrieron de escasez, enfermedades y muerte producto de la ira de Dios al no ser liberado su pueblo.
Sin ánimo de caer en fatalismos, considero que este año el Perú vive su propia versión de estas plagas, con la diferencia que no somos atacados por ranas, langostas o muerte de los primogénitos. Hoy somos atacados por violencia, ambición desmedida, corrupción, hipocresía, traición y, por si fuera poco, todo esto en un contexto de pandemia mundial.
Los actuales apetitos políticos nos han hecho vivir capítulos más emocionantes que todas las novelas turcas y brasileras juntas, llegando al punto en el que pareciera como si George R.R. Martin (Juego de tronos) hubiese visto en nuestra cultura los elementos necesarios para escribir acerca de incesantes traiciones.
Es increíble como pareciera no ser suficiente el hecho que seamos uno de los países con mayor tasa de mortalidad debido a la pandemia, un país cuya economía emergente se ha visto severamente debilitada sino que, además, vivimos en un país en el que la corrupción se encuentra enquistada a todo nivel pero, lo que es peor, un país en el “ejercicio” de los poderes del Estado y la Constitución no se usa para combatir la corrupción y necesidades del pueblo, sino para buscar satisfacer apetitos políticos de todos los bandos.
Detengamos las plagas citadas, usando soluciones capaces de detener lo malo que nos sucede tales como la educación, empatía, integridad, mesura, solidaridad y la unión como país, eligiendo a nuestros representantes responsablemente, entendiendo que la política en sí no es mala, malo es el ciudadano que la usa para su propio beneficio.
Dejemos de sentirnos superiores a otros, criticando lo bueno o malo que hagan, mientras no movemos un dedo en favor de nuestro país. “Solo cuando construimos el futuro, tenemos derecho de juzgar el pasado” (Friedrich Nietzsche).