Si queremos hablar de éxito, hay que precisarlo, interpretarlo y entenderlo. Va más allá de lo material, de lo económico. No depende de la suerte, más bien depende del comportamiento. Por ejemplo, no podemos considerar un ser exitoso a Bill Gates, por la riqueza que tiene -me viene a la cabeza ese dicho popular, “era tan pobre, que solamente tenía dinero”-, a un Walt Disney por su inagotable imaginación, a un Albert Einstein por su exquisita inteligencia, a una Madre Teresa de Calcuta por su generoso corazón, etcétera. La práctica generosa de la “cualidad” en ellos los hacen personas triunfadoras.
Se trata de asumir un estilo de vida en beneficio del bien común –con participación de todos, cada uno debe poner de su parte; todos a una, como Fuenteovejuna-. No se trata de cumplir una serie de tareas propias de un catálogo de instrucciones para llegar a un “lo logré”. Esto va más allá, porque dirigir personas no es dirigir objetos.
El éxito está en la disposición de estar donde se necesita estar y estar con la alegría de un hombre enamorado. Carlos Llano, en México, nos lo resumía: estoy donde estoy (no donde quisiera estar), pero no voy a donde voy, sino a donde quiero ir. Es verdad lo que dice Carlos: no estamos donde queremos estar, claro que no. Quisiéramos ser mejores: mejores líderes, mejores directivos, mejores personas, etcétera. Pero, por otro lado, nos damos cuenta de que si no intentamos ser mejores en donde estamos, no iremos a dónde queremos ir, sino simplemente a dónde vamos. Así, nuestro caminar es un andar sin sentido.
Esta disposición es la actitud que nos lleva a ser felices no porque todo sea bueno, sino porque podemos ver lo bueno en todo lo que nos rodea.