Cada cual ha de ser el intérprete de su existencia, no el atormentado de nada ni de nadie, lo que nos exige ser más auténticos y batalladores de la evidencia. No me gustan estas condenas mundanas que te obligan a vivir en la miseria o en el vil terror de los mil abusos consentidos. No podemos dejarnos caer tan bajo. Cultivar el arte, laborar el sueño con abecedarios más celestes, seguro que nos ayuda a escapar de esta locura salvaje, que todo lo martiriza y sabotea al capricho de unos fanáticos destructores de vida.
No podemos dejar que nos la echen abajo. El ser humano debe propiciar el don de unirse y reunirse, cuando menos para hacerse respetar, pues aún hay mucho morador en el planeta que está siendo sacrificado por actos de intolerancia, indiferencia y terrorismo.
Para empezar, creo que está bien que se oiga el grito de las personas pobres en el altar de la codicia. Ojalá se nos despierte la conciencia. Hay cosas silenciadas que, si salieran de pronto a la calle y se vertieran al mundo como en verdad suceden, quizás podríamos enmendarlas, haciendo frente a las condiciones que propician la propagación de la inhumanidad. Ya está bien de falsear la realidad, de ser incapaces de garantizar el respeto universal de los derechos humanos y del estado de derecho como pilar fundamental de la lucha contra los sembradores de la crueldad. Me niego a quedarme en la pasividad, en el no hacer nada, pues la vida es demasiado pulcra para dejárnosla manchar.
No quiero ser sacrificado por gente sin escrúpulos, nuestra misión es vivir y donar vida, ayudar a restablecer ese mundo armónico al que todos estamos llamados a trabajarlo, o si quieren a servir a los demás de la mejor manera posible, que no es otra que ofrecer amor. Uno nunca debe dar la espalda a nadie. Hemos de implicarnos siempre, hasta llorar con los que sollozan de tristeza, pero que aún laten con fuerza para luchar, pues su propio espíritu innato se rebela contra esa exclusión impuesta, contra ese injusto destino dado, contra esa esperanza de luz robada.
Sin duda, hoy más que nunca se requieren respuestas sensibles a las necesidades de tantas víctimas, abatidas por mil hechos crueles, con asistencia verdadera y más allá del momento, tanto material como espiritual, entendiendo que al final lo que importa no son los años vividos, sino la entrega en donación por mejorar el camino de toda existencia humana.