El pasado es lo que inmortaliza un presente cargado de experiencias; y, así, también nos sentimos cercanos a los nuestros, a los que nos precedieron en el andar y nos dieron savia con su existencia. Por ello, desde siempre, las gentes de todas las culturas se han preocupado de sus raíces y han tratado de resucitar emociones, que nos vinculan y nos hacen rememorar situaciones vividas con nuestros antepasados que ya han abrazado la eternidad. Indudablemente, los recuerdos forman parte inherente de la continuidad del linaje.
Acudir, por tanto, a las tumbas es como licuarse en la poesía del silencio y en la soledad del tiempo; mostrar gratitud hacia nuestros predecesores y lealtad hacia esos versos del alma que no perecen. Quizás no exista el tiempo. Tampoco la muerte. Tendremos que mirarnos con otro aliento; y, tal vez, nos veamos en ese contexto invisible, que nos está invitando a salir de este cuerpo moribundo para regresar a la balada creativa del amor y del constante amar sin condiciones ni condicionantes.
En realidad, todos sentimos desconfianza ante la muerte, el fin de un trayecto visible, pero lo trascendente es no caer en el abismo de la nada. Levantarse a tiempo de las caídas del mundo, activar otros entornos más solidarios, así como vivir una vida a partir de los sueños; pueden ayudarnos a caminar con otro gozo y otras inquietudes.
Necesitamos la eternidad para sentirnos como esa flor versátil en los labios de la luna, volver a ser luz y reaparecer como irradiación armónica. Lo importante es superarnos, salir de este aislamiento, cultivar la ternura como silabario verdadero de nuestros interiores, desprendernos de la oscuridad terrenal; y, así, podremos abrazar otros anhelos más puros, con la fuerza responsable de querer más intensamente nuestro mundo, lo que requiere del colectivo trabajo persistente para construir un futuro real.
Al fin y al cabo, todos vivimos mar adentro bajo una misma perspectiva, la del encuentro definitivo bajo la inmensa luz del verso fundido en el verbo. Este sol de unión y comunión cae hoy sobre nuestra vida andante, con deseos de estremecernos y no tropezar más con las piedras que nos ahorcan. Será bueno, por consiguiente, blanquearnos internamente con la mediación e intercesión de aquellos que nos antecedieron, imitando el modelo de vida en donación y en mansedumbre que nos legaron.