En tiempos “VUCA” -volátiles, inciertos, complejos, y ambiguos-, una estrategia de diferenciación es la capacidad de saber motivarse a sí mismo y a los demás.
Mucho se habla de motivación como darte una “receta” para preparar una “panceta a la canela”, y -aunque la panceta salga riquísima- esto no es así. Saber motivar va más allá de una receta. Es un trabajo minucioso del directivo como artista, es ir tallando en él y en los demás ese alguien que no existía. Es navegar filosóficamente en la esencia del hombre y no quedarse en la parte del mismo.
Motivar implica, en primer lugar, conocer profundamente al ser humano, como también los mecanismos, tanto internos como externos, que llevan a la persona, por sí misma y de manera consciente, a actuar de determinada manera. Motivar es dejar que cada persona ejerza el arte que domina. Es saber ubicarlo en el puesto donde genere valor alegrado con mucha ilusión y entusiasmo, cuidando siempre, que la motivación no se convierta en manipulación. Esto sería inhumano, no hay que usar a las personas como objetos.
Recuerdo este comentario: “La motivación por sí sola no es suficiente; si usted motiva a un idiota, lo único que obtendrá es un idiota motivado”. Es muy “cómodo” motivar, pero lo difícil es que tú y todos hagan de la motivación una filosofía de vida aplicable en su trabajo diario. Con autodisciplina, lo imposible tambalea. Motivar es presentarles el bien de tal manera, que ellos mismos quieran llevar a cabo la actividad que queremos que realicen, porque se darían cuenta de que el bien es atractivo por sí mismo.
Si desean motivar de manera eficaz, eficiente y consistente, deben conocer bien los motivos extrínsecos, intrínsecos o trascendentes que llevan a las personas a la acción. Ayuda mucho examinar las respuestas a estas tres cuestiones: ¿Aquello se puede hacer?, ¿yo puedo hacerlo?, ¿yo quiero hacerlo? Esta última es la más compleja e importante, porque ahí hay que trabajar el “querer que quiera”.