Pocas horas nos separan de la Nochebuena y la Navidad, una estación del año en que solemos ponerle pausa a los problemas y tratamos de ser felices. La situación por la que atraviesa el país, ciertamente, nos vuelve escépticos y los labios se nos hacen pesados para sonreír. No obstante, como milagro de esta fecha, las sonrisas vuelven a surgir.
No debemos olvidar, sin embargo, que aún en esta festividad hay hermanos nuestros que sufren, familias que han quedado rotas por la violencia de las últimas semanas y personas a las que se violenta a diario negándole los recursos básicos.
Ese rencor que se manifiesta en las marchas es el grito por una herida que debemos sanar a toda prisa. Tratar este tipo de problemas como asuntos que pueden esperar indefinidamente es precisamente el origen del asunto: postergar siempre al otro, tenga o no tenga razón.
¿Pero qué ocurriría si el ciudadano fuera instruido desde la edad de sus primeros entendimientos , respecto de los derechos humanos y los derechos que este país reconoce a quienes habitan en él? Quizás quedaría cancelada esta “normalidad” que muchos añoran pero que resulta violenta para quienes viven la postración en sus particulares espacios. ¿Puede ser siquiera conveniente para un país atravesar el tortuoso camino de la sordera, la mudez y la ceguera respecto de lo que ocurre a diario?
Y es precisamente en este tiempo de profundas incomprensiones que llega la Navidad y el Año Nuevo ; el principal mensaje de estas fiestas debe ser reconocer la importancia capital de escucharnos, de sentarnos a dialogar y tratemos de comprendernos para darle vuelta a la página manchada de sangre de la crisis.
¡Cuán positivo sería el diálogo entre quienes detentan el poder político del Ejecutivo y el Congreso, y aquellos que buscan oponer a la “oficialidad” el poder políticos de ciertas masas -incluyendo las radicalizadas-, si ese diálogo no partiera de que uno tiene la razón y el otro no, sino que ambos interlocutores tuvieran la disposición de aprender y de mostrar con claridad su posición.
Si esto hubiera sido así desde el principio, nos habríamos ahorrado decenas de muertes. Cuando la paz se consigue a costa de vidas, no parece paz, sino un empate a cero.
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