Cuando algunas cosas, personas o situaciones significativas se van de entre nosotros dejan un vacío profundo, que causa dolor. Eso es normal. A esta experiencia los psicólogos le llaman duelo. Pero, muchas veces, ese dolor se transforma en depresión, desesperación, angustia y ansiedad. Eso ya no es normal. Estos sentimientos son generados por las ideas que tenemos: Si crees que lo que te ha pasado es una pérdida, seguramente que te hundirás en la tristeza; pero si crees que es una ganancia, te repondrás muy pronto. Incluso la muerte puede ser una ganancia.
En el año 2007 falleció una hermana muy querida. Me dolió en el alma su partida, pero su muerte ha impregnado muchas lecciones en mi vida. La primera lección que aprendí es que venimos a esta vida solo y no vamos solos. Nadie puede vivir y morir por ti. Por tanto, tenemos que aprender a vivir nuestra en profundidad, conquistando la libertad y la autonomía. La muerte de mi hermana también me ayudó a estrechar lazos más fuertes de amistad y cariño con otros familiares. Eso fue algo genial.
Una pareja de esposos me confió: “Pronto vamos a cumplir 50 años de casados. Somos un matrimonio feliz. Tenemos dos hijos: un varón y una mujer. Cuando mis hijos se casaron y se marcharon de la casa nos enfermamos. La enfermedad nos duró bastante tiempo, luego nos repusimos comprendiendo que el hecho de que nuestros hijos se hayan marchado de la casa nos ha traído muchos beneficios: Ya no tenemos responsabilidad sobre ellos, hemos ganado autonomía, podemos hacer lo queramos los dos, etc.”.
Dos gallos se pelearon para ver quién era el dueño del gallinero. El gallo triunfador subió a la copa de un árbol para anunciar, con su canto, su triunfo. En eso pasó un halcón y lo llevó para comerlo. El gallo perdedor se quedó como amo y señor del gallinero. Así es: hay triunfos que termina siendo pérdidas y hay pérdidas que terminan siendo triunfos.
