Se equivoca el profesor Castillo cuando dice: “¿Para qué voy a presentar a mi equipo técnico?, ¿para terruquearlos?”. No, señor Castillo, se trata de saber quiénes serían los potenciales ministros del su gobierno. La de Kurt Burneo ha sido una deserción notoria. Y el terruqueo no es gratuito: viene de los vínculos de algunos miembros de Perú Libre con el Movadef que no es otra cosa que la cara con maquillaje corrido de Sendero Luminoso.

Hay cosas que el Sr. Castillo no termina de explicarle al país: por ejemplo, el impacto de su negativa a las importaciones -como si el Perú fuera una república autosuficiente- a la vacunación. Ha dicho que ha conversado con otros dos países, además de Rusia, para traer las vacunas. Pero definitivamente, el punto fuerte de Castillo no es este, ni la oratoria: su punto fuerte es que representa un hartazgo que su contendora tendrá que saber interpretar y representar -como su padre en 1990- si quiere ganar las elecciones.

Pedro Castillo no es un efecto anómalo en la política peruana, sino un efecto previsible de años de crecimiento económico sin mucho chorreo. Sin embargo, ser una encarnación del Perú invisible no lo autoriza a querer destruir lo que se ha avanzado. La apuesta inteligente debe ser por la manutención del crecimiento pero con una óptica distinta de la distribución. Estamos en un escenario en el que no cabe dar media vuelta y ningunear a ese país excluido. Ya lo hemos vivido antes, con la República Aristocrática, con el primer gobierno de Belaúnde. ¿Cuáles fueron sus consecuencias? El populista Leguía y el corporativista Juan Velasco. El primero trató de insertarnos en el mundo desarrollado y el segundo nos excluyó de él. Nos alineó con el llamado Tercer Mundo y desde entonces, hemos arrastrado no la cadena de la esclavitud, sino la del atraso social, económico y cultural.

Pedro Castillo representa una aspiración legítima con medios ilegítimos y antidemocráticos. Y en esa perspectiva no es creíble que pretenda quedarse en el poder solo hasta el 2026, como lo ha dicho ayer. Los cambios que pretende implementar -o sea, convertirnos en una Cuba o Venezuela del siglo XXI- demandarán un tiempo mayor de cambios y dolorosa transformación que empieza matando las libertades, pero luego termina matando a las personas.