Mientras un colaborador eficaz delata el nexo entre el presidente Castillo, Zamir Villaverde y el exministro de Transportes, Juan Silva, los ciudadanos hacen sus propios cálculos: ¿Quién será el nuevo presidente -o presidenta- del Congreso?
Por lo pronto, la reelección de Maricarmen Alva es casi un imposible: no cuenta con el apoyo de su propio partido y existe un acuerdo entre las bancadas para que este cargo sea rotativo. Además, cabe recordar que APP, un importante componente del bloque de oposición, prestó su apoyo a la actual mesa directiva con la condición de presidirla en la segunda oportunidad. En las calles y en los pasillos del Congreso suena cada vez más fuerte el nombre de Roberto Chiabra, el temperamental militar en retiro a quien muchos consideran un político sin ambages para decir lo que piensa.
Sea quien sea el próximo presidente del Congreso en julio, es preciso tomar en cuenta las lecciones de los últimos meses: la política de negociación y contención solo ha alargado la crisis. El Congreso ha provocado su propia desaprobación de casi el 90% en las encuestas debido a la inconsistencia e inconsecuencia de sus acciones. No ha sacado a Castillo cuando ha podido hacerlo, se ha dedicado únicamente a jugar a las interpelaciones cuando es claro que ello no es suficiente para enderezar al país.
Pedro Castillo, que el 28 de julio pasado dio un discurso conciliador, de amplia convocatoria y de manejo moderado del país para emprender reformas y transformaciones necesarias y realistas, le mintió al país y ha permitido que Palacio de Gobierno se convierta en la sede de la corrupción.
No es diferente de los políticos tradicionales que pretendía liquidar históricamente, y el Congreso es consciente de ello; incluso la bancada oficialista ha perdido el poder de la unanimidad de pensamiento y hay “lapicitos” que apoyan una salida democrática y constitucional. ¿Por qué la presidencia del parlamento no aprovechó este clima para cumplir con su deber en defensa de la institucionalidad? Porque el Congreso también tiene intereses, porque estos han prevalecido, incluso, sobre la voluntad política de una mesa directiva que solo se ha dedicado a exprimir el verbo y la demagogia. Por eso el grito de “que se vayan todos” gana tantos adeptos. ¿Llegaremos a tener una segunda mesa directiva? Veremos.
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