“Cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”, escribió Manrique. Pretendo mantenerme lejos de los que, para menospreciar lo presente, alaban todo lo pasado.
La historia es como una colcha, cosida con tejidos de diversos colores y dimensiones. No intento siquiera comparar el tejido en una sinfonía de Beethoven con el tejido en un reguetón: reflejan en la historia humana retazos con identidad diversa, especialmente en firmeza y claridad. Todo lo que existe tiene un elemento que lo identifica.
¿Cuál es el elemento principal que identifica nuestra época? Me atrevo a afirmar que ese elemento es la liquidez, entendida como falta de firmeza, como movimiento sin rumbo de un lado para otro.
Desde mi percepción el vacío de identidad, de comunidad, de futuro es un elemento componente de la época en que vivimos actualmente. La falta de identidad y de proyecto de futuro es, queramos o no, una muerte anticipada. Urge que la familia, la escuela, la sociedad ayuden al menos a vislumbrar una respuesta a las ineludibles preguntas: ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? Si no hay respuesta, fundada en la globalidad de la persona humana, resucitará, ya está resucitando, el proyecto de vida, que algunos afirmaban estar muerto: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”.
Según los estudiosos, el nombre es un programa para realizar una identidad, en la historia la asignación de un nombre es fruto de una reflexión en familia o un acuerdo de los habitantes de una población.
Actualmente el nombre tiene poco que ver con la identidad, ni con el sendero por recorrer. Es frecuentemente fruto del influjo de un actor o de una actriz de moda. Obedece también a circunstancias pasajeras. A una niña le pusieron el nombre de Toyota, porque su madre parturienta fue conducida a la clínica en un Toyota. No imagino otro nombre que identifique menos la identidad ni trace un sendero de vida. Queda el desafío de superar la sociedad líquida.