El escándalo de la vacunación de varios funcionarios vuelve a resaltar la necesidad de una reforma del Estado. Reflexionemos en esta columna sobre el rol del Estado y su relación con la economía.
Partamos de esta premisa: el Estado es necesario. Hay servicios que no podrían ser provistos por los privados y necesitamos reglas para normar los incentivos. Además, en situaciones de crisis, como la generada por pandemia, necesitamos de una entidad que dirija una respuesta colectiva. Y, así más funciones.
El problema es que, en la mayoría de los casos, el Estado no hace bien su trabajo. Servicios públicos de mala calidad, regulación excesiva cuando no la necesitamos y nula cuando hace falta; y, una nula coordinación que dificulta una respuesta colectiva. Entonces, ¿qué hacer?
El debate fluctúa entre dos posiciones muy opuestas. La primera busca reducir el Estado; la segunda, aumentar su tamaño. La teoría económica básica puede ayudarnos a entender por qué las dos son erróneas. A mi parecer, todo parte de un mal entendimiento de los dos teoremas del bienestar.
El primer teorema afirma que las decisiones privadas pueden llevar a una distribución óptima de los recursos. Este va en favor de la primera posición: si el Estado es malo y no lo necesitamos para llegar a la mejor situación, ¿para qué nos sirve?
El error está en dejar de lado las condiciones de este teorema, como la ausencia de externalidades o la competencia perfecta. Por la naturaleza de estas condiciones, la entidad a cargo de hacerlas cumplir debe ser externa a las decisiones de los privados. Aquí aparece la necesidad de un Estado eficiente.
Por otro lado, el segundo teorema afirma que, sin importar la distribución inicial de recursos, la economía pude llegar a una situación de eficiencia. La condición: que las distribuciones estén dentro del rango de las preferencias de las personas. De ello, se podría llegar a inferir que el Estado siempre puede intervenir para redistribuir recursos porque ello no afectaría el resultado final.
Sin embargo, es inviable pensar que un Estado tan poco eficiente podría conocer las preferencias de cada persona y, por ende, elegir distribuciones que no traspasen sus límites. A la vez, una intervención excesiva puede afectar la capacidad de la economía de llegar a la situación de eficiencia.
A pesar de que la evidencia no establece una relación directa entre tamaño del Estado y eficiencia, el debate en el país no pasa de este punto. Nadie habla de mejorar un Estado que es necesario. Y así ya llevamos 200 años.