En una ocasión leí la siguiente fábula:
“El héroe de la fábula, Rama, debía pasar de la India a Ceylán. Como no tenía barco decidió construir un puente. Los monos de la cercanía se dispusieron a ayudarle. Con los monos llegó una ardilla y se puso a trabajar. Ésta, daba vueltas en la arena hasta llenarse el cuerpo y la cola de ella; después, se sacudía sobre los troncos de los árboles con que los monos construían el puente y, de esta manera contribuía a su construcción.
Los monos se burlaban de la ardilla al verla revolcarse en la arena y sacudirse después sobre el puente, pues su trabajo era insignificante en comparación con el que ellos realizaban.
Entonces Rama les dijo:
“Bienaventurada esta ardilla, porque hace su trabajo con toda la buena voluntad de que es capaz y, por tanto, su trabajo vale como el del más fuerte de ustedes”. (Cof. 101 historias para vivir con valores; Edit. Chirre, 2011).
Cuando leí esta historia me vino a la mente el episodio de la viuda del templo que metió sus dos moneditas en el cepillo del templo y Jesús alabó su actitud diciendo: “Esta mujer ha echado más que los demás, porque los demás han echado de lo que les sobraba y, en cambio ella, ha echado lo que tenía para vivir” (Marc. 12:41-44, Luc. 21:1-4).
De estas historias podemos sacar dos grandes lecciones:
La primera lección la podemos aprender de la ardilla y la viuda, quienes son capaces de dar su pequeño aporte, que es lo único que pueden dar. Nosotros debemos que ser como ellas: tenemos que aprender a dar lo mejor no nosotros, no debemos menoscabar ningún esfuerzo, por más pequeño e ínfimo que sea.
La segunda lección la podemos aprender del Rama y de Jesús, quienes son capaces de ver y resaltar el pequeño esfuerzo y alabarlo. Nosotros tenemos que aprender a valorar, aplaudir y alabar el esfuerzo de los demás, por más pequeño que sea.