Nos hubiera gustado que él estuviera entre los vivos, para que leyera esta nota. De todos la escribimos pensando como si él la fuera a leer mañana, o mejor dicho hoy, buscándola justamente aquí, donde este diario acostumbra, los viernes, a publicar nuestras crónicas.
Los recuerdos más antiguos que tenemos de “La Huerta” pertenecen a la época de la secundaria. Estudiábamos en el Don Bosco y de lunes a viernes, antes de cruzar el antiguo Puente Viejo, doblar a la izquierda cuando ya lo habíamos cruzado y coger la ribera del río Piura por el lado de Castilla y correr por dicho atajuelo para evitar llegar tarde al colegio, pasábamos por allí, por “La Huerta”, cuatro veces al día y dos los sábados.
Entonces, “La Huerta” atendía en un local ubicado que hacía esquina en la intersección de las calles Huancavelica y Libertad. A un costado donde está hoy el Scotiabank. Aparte de sus jugos y su café y sus sándwiches y sus papas rellenas, sus comensales también gustaban frecuentarlo por dos cositas más. Por sus inigualables porciones de quesillo con miel o por sus bien heladitas tajadas de sandía. Y si alguien quería que le sirvieran la sandía entera, hecho.
Cada quien conoce el tamaño de su buche, decía, matándose de risa, la Peto, una morena alta y de carnes duras, carnes que, según ella -toca aquí-, se iban endureciendo más con el trajín diario de ir a la cocina y volver de allá con los pedidos en la mano para dejarlos en donde debía de dejarlos. ¿Qué será de ella? De la Peto.
A la Peto la encontré todavía en “La Huerta” de hoy. Ella es indesligable de los tiempos tempranos de esta magnífica casa de comidas en la que la convirtió, años después, Lucho -Lucho Calle Becerra-, de la mano, claro está, de Flor, su esposa. Ambos con una tenacidad increíble. Hasta lograr, sin siquiera pensarlo, convertir a “La Huerta” en uno de los puntos de partida o de referencia de una ruta gastronómica que hay o debe haber en Piura para quienes nos visitan y también para los de casa. Lucho murió el pasado. No pregunten de qué. Está sobrentendido.
El sancochado, que es un plato más limeño que piurano o limeño y un pariente lejano de la olla podrida, un cocido español de orígenes medievales, servido en “La Huerta” te sustrae, mientras lo consumes, de cualquier distracción terrenal o divina hasta que lo terminas. Recién, entonces, como quien sale de un profundo trance, se te da por respirar hondo. Satisfecho.