Una de las lecciones que nos recuerda el coronavirus es que la vida es corta. Y efectivamente, todos los días, aunque con mayor frecuencia en esta época de pandemia, somos testigos de la finitud de la vida al ver partir a familiares, colegas y amigos entrañables.
Y en medio de nuestro duelo por su partida, caemos en la cuenta de que lo cierto de la vida es la muerte, mientras que lo incierto es no saber cuándo ocurrirá. Y es entre la certeza y la incertidumbre que fluye el vivir humano. Un vivir que, si se vive con sentido, al llegar a buscarnos la muerte, nos encontrará viviendo y con las ganas de seguir existiendo, pero, a la vez, aceptando que todo lo que está verdaderamente vivo debe morir como las flores. Solo las flores de plástico nunca mueren.
Por ello, toma conciencia de que estás aquí, viviendo y respirando este momento, de que el mundo está lleno de maravillas para amar, disfrutar, existir, como cuando besas al ser que amas, cuando abrigas a tu hijita, cuando acaricias a tu mascota, cuando te bañas en el mar.
Esta vida es la única que hay, aquí y ahora, y lo único que necesitas es encontrar un propósito que te lleve a cuidar de ti, de tus relaciones, del mundo, a conectarte contigo mismo y con los otros desde la compasión, el respeto, la empatía. A empezar a mirar con nuevos ojos los rostros de los pobres detrás de su mascarilla deteriorada por el trajín, a hacer de la solidaridad una práctica cotidiana, a saber sopesar el valor real de tu trabajo en el servicio al bien común.
Que el hoy nuevo, te lleve a vivir la vida de una forma radicalmente diferente y a perder el miedo a morir. Mira la muerte como la graduación de tu vida. Eres un ser de luz, infinito y eterno, viviendo una experiencia humana en un cuerpo temporal. Aquí se queda todo lo denso, te llevas tu espíritu.