Si se cumple el pronóstico de que en abril vendrán las lluvias a la región, es casi un hecho que el río Piura cobrará vida, crecerá y volverá a poner a Piura en estado de alerta; mucho más ahora que las defensas han sido debilitadas y abandonadas por la empresa a cargo de su rehabilitación.
El problema, sin embargo, no solo es la situación de vulnerabilidad en que está la ciudad sino también esa perversa costumbre de nunca concluir una obra. Ejemplos aquí sobran.
El problema empieza con los expedientes técnicos y le sigue la calidad y seriedad de las empresas que se adjudican la obra, en muchos casos amarrada a la voracidad de la corrupción. Ocurrió con el Alto Piura, siguió con el canal Daniel Escobar que dejó a Piura sin agua por días; además de otros tantos proyectos que terminaron en la cartera del “arbitraje”, que es otra modalidad de brindarle dinero al Estado, pues todos los casos de arbitraje se pierden.
Y es esta incapacidad de gestión y control la que perjudica al final de todo a la población, dejándole obras inconclusas, remendadas o que duran solo para la inauguración, pues a la primera lluvia desaparecen. Qué impotencia.