Escribo esta reflexión desde una situación privilegiada. Durante los días que duró la cuarentena mi familia no pasó hambre, todos estamos sanos y no perdí la principal fuente de ingresos de mi hogar: el trabajo.
Tuvimos mucha suerte, me permitieron laborar a distancia porque el estado de emergencia me sorprendió en mi natal Talara. “Solo son 15 días, el tiempo pasa volando” me decía, nunca imaginé que la situación se desbordaría.
Le hemos dicho adiós a tantos conocidos desde un mensaje de Facebook o una llamada, cuando en realidad queremos dar un abrazo con todas nuestras fuerzas para tratar de consolar entre tanto dolor.
Mi mayor temor era recibir esas llamadas y mensajes. Ahora, me aterra que mi mamá los reciba. ¿Miedo infundado? No. Cuando se levantó la cuarentena en mi región todas las restricciones se fueron.
Miles de personas regresaron a sus hogares para seguir pasando una cuarentena, mi situación era al revés, tenía que dejar mi tierra para volver al trabajo.
Pasé más de 100 días cuidando mi hogar, pero ya me tocaba viajar a Piura.
Fui cuidadosa, revisé los lineamientos de viaje para asegurarme que no estaba incumpliendo las normas y detectar si la empresa cometía una falta y ponía en riesgo la vida de los pasajeros.
Compre un protector facial, imprimí mi declaración jurada, llevé en mi bolsa de mano instrumentos de limpieza para que esa falsa sensación de seguridad me permitiera viajar dos horas tranquila.
Fueron las tres horas mas desesperantes de mi vida.
El viaje
Llegué a la empresa de transporte, en la entrada señores ambulantes vendían mascarillas y protectores faciales para el viajero descuidado, pero estaban demasiado cerca de la entrada.
Para ingresar al local, la empresa cumplió con revisar la temperatura y la limpieza del calzado. Me preguntaron por la declaración jurada para dejarme pasar. Todo iba bien hasta ahí, pero al llegar a la boletería, la historia era otra.
Dos ventanillas estaban habilitadas para la venta de los pasajes, había un recibidor que distanciaba al comprador del vendedor, pero dos personas estaban demasiado cerca llenando la declaración jurada, no formaban una fila para mantener la distancia y saber que en efecto era su turno para comprar el pasaje.
Para subir al bus había una fila, pero el espacio era muy estrecho. Nadie te indicaba si primero dejabas tu equipaje y luego formabas la fila para entregar tu boleto o el método era al revés
Son indicaciones que deberían estar establecidas para evitar aglomeraciones y demora a la hora de subir al carro. Y creo que aunque la empresa las implemente de nada servirá si las personas no respetan el orden.
En el lado de la carga las personas estaban amontonadas para subir sus equipajes. Nada les costaba hacer una fila y esperar su turno, nada.
Al momento de subir me pidieron la declaración jurada, mi pasaje y aplicaron un poco de desinfectante en las manos para dejarme continuar con mi camino.
Dentro del bus el piso estaba sucio, el ambiente no tenía señales de desinfectante, el olor es casi inolvidable a estas alturas.
La empresa cumplió con colocar los separadores de tela entre los asientos, medir mi temperatura, limpiar mis manos, pero el peruano no cumplió con mantener el orden.
“Señora, usted viaja con un niño, póngase el protector, a mi también me molesta pero por favor úsela”.
Uso lentes porque soy miope, ya tenía problemas con la mascarilla porque las lunas se empañan, con el protector facial es un mini sauna en el rostro. Sentía que el aire me faltaba, pero todo era producto de mi incomodidad y de una rabia reprimida por el miedo.
Así que cerré mis ojos, para fingir que no tenía miedo de algún estornudo, que la señora se había puesto su careta, que su niño estaba protegido, que iba a llegar sana a mi destino.
Y esperé casi tres horas.
El bus hizo una parada momentánea en Sullana para que subieran más pasajeros. No era ideal, pero lo comprendía, fueron más de cuatro meses que estos señores no pudieron trabajar y mientras cumplieran con los protocolos del Gobierno todo estaba bien, pero no lo estaba.
Ya no era una responsabilidad de la empresa. Eramos nosotros.
Somos egoístas
Al momento de desembarcar la historia se repetía: todos amontonados para retirar sus cosas, el hombre que repartía las maletas estaba agobiado tratando de entregarlas porque era su trabajo.
No tengo palabras para continuar describiendo ese egoísmo.
El negarse a esperar un turno, mantener la distancia, usar una mascarilla o el protector facial, es un acto de egoísmo que ha cobrado más trescientos mil vidas en el Perú y casi treinta mil en Piura.
Llegué a mi casa, limpie mis cosas y ahora escribo rezando para que en los próximos siete días no desarrolle ningún síntoma y los resaltados de mi prueba rápida den negativo. Quiero poder regresar a mi casa y que mi madre nunca reciba esa llamada.
Desde mi privilegio traté de respetar al resto, pensé en todas las personas que a diario exponen su vida para que otros vivan, en aquellos que tuvieron que salir porque el hambre también los mataba. Mañana es el aniversario patrio y no encontré otra forma de hacer patria que ofrecer el mínimo de respeto.
Todas nuestras acciones tienen consecuencias que no solo te afectan a ti, sino a los que te rodean.
Ayer realicé un viaje interprovincial por necesidad, no me sentí segura en ningún momento. Mientras los casos sigan aumentando y no cambiemos esa actitud egoísta nunca terminará está pesadilla.