Desde que asumió, a Pedro Castillo se le acusó de múltiples actos de corrupción y obstrucción a la justicia; prueba de ello son las seis investigaciones abiertas por presuntamente liderar una red delictiva; lo preocupante de este personaje, sin embargo, es el uso repetitivo del cinismo para esquivar cualquier acusación.
Al cínico se le puede demostrar con todos los argumentos y pruebas su corrupción, pero a él le resbala, no se inmuta; en el caso de Castillo, incluso, intenta torcer la realidad como el caso del uso del avión de la Fap para trasladar al prófugo sobrino, Fray Castillo. Con el cinismo que lo caracteriza, se victimiza y desconoce pruebas oficiales, como la relación elaborado por el personal militar.
Esta actitud de Castillo deja en claro, una vez más, su falta de moral. Un personaje como él no alcanza a distinguir entre lo correcto e incorrecto. No se da cuenta ni siquiera que arriesga su propio pellejo al trasgredir la ley por el delito de peculado (mal uso de los bienes del Estado) y por obstrucción a la justicia (proteger al sobrino). Es presidente, pero eso no le da derecho a hacer lo que quiera ni mucho menos creer que los peruanos son tontos.
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